jueves, 18 de febrero de 2016

La habitación


El primer día de curso, Carlos entró en clase y vio a un grupo de niños que se amontonaban alrededor de su amigo Marcos. Marcos era el centro de atención de todos los niños porque se encontraba enseñando y presumiendo de su nuevo y flamante teléfono móvil.

- ¡Hola!- Exclamó en voz alta. Pero la presentación de Marcos tenía a todos los niños y niñas completamente embobados. La envidia se apoderó completamente del celoso Carlos.

Carlos volvió  del colegio muy enfadado y de un portazo hizo notar que ya estaba en casa. Desde su habitación mientras lanzaba la mochila con rabia al suelo, gritó a su madre que se encontraba preparando la comida en la cocina:

- ¡Mamá!, ¡Quiero otro teléfono!- Y cerró la puerta de una patada.

Al escuchar el estruendo la madre de Carlos se secó las manos con un trapo y fue a ver que le pasaba a su hijo. Temerosa abrió la puerta de la habitación del niño y le preguntó dulcemente:

- ¿Cómo ha ido el primer día de cole?- Un gesto ansioso se reflejaba en su rostro mientras esperaba la respuesta.

-¡Este teléfono es una porquería, quiero otro teléfono y lo quiero ya!- Exclamó Carlos mirando fijamente a su madre.

La madre de Marcos volvió a la cocina apagó el fuego y salió de casa para comprarle otro teléfono a su hijo. Tenía miedo de él, tenía miedo de sus arrebatos y tenía miedo de que le hiciese daño.

La verdad era que los cuatro o cinco últimos regalos que había recibido el niño habían sido teléfonos móviles. Cada rabieta del niño era otro teléfono estrellado contra la pared. Carlos tenía varios cajones de su escritorio lleno de teléfonos rotos, cables y cargadores. Ahora el niño quería otro teléfono y sabía que su sometida madre se lo iba a comprar. Ahora quería el mismo teléfono que tenía Marcos. El niño no soportaba los celos, no quería sentirse inferior.

El niño cerró la puerta de su habitación y no salió ni para comer. Ya por la tarde, la madre de Carlos tocó débilmente la puerta de la habitación del niño y casi susurrando dijo:

- Carlos ya te he comprado el teléfono.

La puerta de la habitación se abrió, el niño cogió la caja y mirando a su madre con desprecio, volvió a cerrar la puerta.

 La puerta de la habitación de Carlos


La madre de Carlos daba todos los caprichos al niño porque sabía que si no lo hacía así, su hijo se transformaba en un tirano. Fuera de casa se comportaba como un niño dulce y encantador pero dentro sometía a su madre como un verdadero dictador. Toda la vida familiar giraba en torno a él y cuando no era así, se encargaba de transformar en un verdadero infierno la vida en el hogar. Patadas, puñetazos, golpes y gritos eran su estrategia para conseguir todo lo que se proponía. La puerta de su habitación tenía varios agujeros de los arrebatos que había tenido anteriormente. Cada vez que la madre de Carlos los veía, se acordaba de lo desagradable que podía llegar a ser su hijo y se acordaba de los momentos de miedo que había sufrido. El niño no admitía un no a sus reclamaciones, lo único que quería y permitía escuchar era sí.

Todos los antojos que tenía el niño los tenía, todos los caprichos que se le antojaban los conseguía. Había convertido a su madre en una verdadera esclava del terror.

Pasaban los meses y la habitación del niño cada vez estaba más llena de trastos. Aunque su madre había intentado en varias ocasiones hacer limpieza, el niño montaba en cólera y la mujer desistía. El espacio en la habitación de Carlos cada vez era más reducido. Ropa nueva, patinetes nuevos, consolas de videojuegos nuevas y teléfonos nuevos que ocupaban ya casi toda la habitación.

Una mañana, al ver que su hijo no se levantaba, la madre de Carlos tocó a su puerta:

- Carlos, hijo, levántate ya que vas a llegar tarde al colegio- Le dijo a través de los agujeros de la puerta.

Pero no obtuvo ninguna respuesta. La mujer intentó abrir la puerta pero la infinidad de cosas que había en la habitación se lo impidieron. Era imposible, estaba completamente bloqueada.

- ¿Carlos hijo mío, dónde estás?- Le gritó desesperada.

Pero el niño no respondía. La madre de Carlos llamó a la policía y estos se presentaron en la casa acompañados de los bomberos. Ni la policía ni los bomberos pudieron hacer nada por el niño. Había desaparecido, la habitación se lo había tragado.

Con los ojos empapados en lágrimas, la madre de Carlos preguntaba a los bomberos:

- ¿Qué le ha pasado a mi hijo? ¿Dónde está?- Repetía sin cesar.

Uno de los bomberos se acercó a la mujer y le dijo:

- Señora ¿Nunca pensó en decirle a su hijo no?







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